La crisis de los antibióticos: cómo afrontar la resistencia antimicrobiana

Según un informe de la Organización Mundial de la Salud, cada año alrededor de 1,27 millones de personas mueren a causa de infecciones por bacterias resistentes a los antibióticos. Se trata de una crisis sanitaria extremadamente actual que pone en riesgo también la seguridad alimentaria y el desarrollo económico mundial.


Cómo nace la resistencia a los antibióticos

La resistencia antimicrobiana (RAM) ocurre cuando bacterias, virus, hongos o parásitos desarrollan la capacidad de sobrevivir y proliferar a pesar de la presencia de medicamentos diseñados para eliminarlos. Este fenómeno, en parte natural, representa el mecanismo evolutivo que permite a los microorganismos adaptarse y sobrevivir. Sin embargo, el uso excesivo, incorrecto e irresponsable de los antibióticos en las últimas décadas ha acelerado enormemente este fenómeno, difundiendo globalmente miles de cepas resistentes.

Por ejemplo, en muchas áreas del mundo es común utilizar antibióticos para tratar enfermedades virales como la gripe, enfermedades para las cuales estos medicamentos son completamente inútiles.

Las principales causas de la RAM incluyen varias prácticas incorrectas tanto en el ámbito sanitario como en el zootécnico, como la prescripción de antibióticos sin necesidad real y la automedicación no supervisada, que con frecuencia resulta ineficaz.

En el sector agrícola, el problema se ha acentuado aún más debido al uso intensivo de antibióticos en la ganadería, a menudo empleados como promotores de crecimiento. Las cepas resistentes que se han desarrollado se transmiten fácilmente al ser humano a través de la cadena alimentaria.

En muchas regiones con sistemas sanitarios débiles, el acceso limitado a medicamentos de calidad puede provocar interrupciones prematuras de los tratamientos antibióticos, lo que contribuye a favorecer la aparición de cepas resistentes. La globalización es un factor que ha amplificado aún más el problema: la resistencia a los antibióticos no conoce fronteras y las cepas resistentes se difunden rápidamente de una región a otra a través de los viajes, el comercio internacional y los flujos migratorios. Estas dinámicas representan por lo tanto una amenaza para la salud pública y la estabilidad económica mundial.


Las consecuencias de la resistencia antimicrobiana

Sin antibióticos eficaces, procedimientos médicos que salvan vidas, como cirugías complejas, quimioterapias y trasplantes de órganos, se volverían altamente riesgosos. Incluso infecciones rutinarias, que hoy en día se tratan fácilmente, podrían volver a ser fatales.

Estas son algunas de las principales consecuencias relacionadas con esta emergencia:

  • Aumento de la mortalidad: Según la OMS, en 2019 las infecciones resistentes a los antibióticos fueron directamente responsables de aproximadamente 1,27 millones de muertes a nivel global. En Europa, se registran más de 670.000 infecciones al año, que causan 33.000 muertes: casi un tercio solo en Italia. Infecciones comunes como neumonías, sepsis e infecciones del tracto urinario se están volviendo cada vez más difíciles, si no imposibles, de tratar.

  • Crecimiento de los costos sanitarios: Los pacientes con infecciones resistentes requieren hospitalizaciones más largas, tratamientos complejos y medicamentos más costosos. Se estima que la resistencia antimicrobiana podría generar costos adicionales para el sistema de salud global por un valor de 100 billones de dólares para el 2050, según el informe de la O'Neill Commission.

  • Impacto en la agricultura y la seguridad alimentaria: El uso excesivo de antibióticos en la ganadería intensiva contribuye a la selección de cepas resistentes, que pueden propagarse a los seres humanos a través del consumo de carne o el contacto directo con los animales. Esto representa no solo un riesgo para la salud, sino también un desafío para la producción alimentaria global.

Enfrentar la crisis: estrategias para el futuro

Para gestionar la resistencia antimicrobiana, se necesita un enfoque de múltiples niveles que involucre a los gobiernos, profesionales de la salud, la industria farmacéutica y los ciudadanos. Estos son algunos de los puntos clave:

  1. Uso responsable de los antibióticos: es fundamental promover campañas de concienciación sobre el uso adecuado de los antibióticos tanto en el ámbito sanitario como en el zootécnico. La prescripción debe limitarse estrictamente a los casos necesarios y ser monitoreada de cerca.

  2. Investigación y desarrollo de nuevos medicamentos: la industria farmacéutica debe invertir en el descubrimiento de nuevas moléculas y terapias alternativas, como los bacteriófagos, que podrían representar una solución prometedora contra las bacterias resistentes. Por ejemplo, el proyecto Global Antibiotic Research and Development Partnership (GARDP) está trabajando en el desarrollo de antibióticos innovadores para combatir infecciones resistentes.

  3. Fortalecer la vigilancia global:  crear redes internacionales para monitorear la propagación de cepas resistentes es esencial para comprender y frenar el fenómeno. La OMS ha lanzado el Sistema Global de Vigilancia de la Resistencia a los Antimicrobianos (GLASS) con este objetivo.

  4. Prevención de infecciones: las vacunaciones, la higiene personal y la mejora de las condiciones sanitarias son medidas cruciales para reducir la necesidad de antibióticos. Por ejemplo, el uso extendido de la vacuna contra el neumococo ha reducido significativamente la incidencia de infecciones graves en niños.

  5. Regulación en la ganadería intensiva: Limitar el uso de antibióticos en animales destinados al consumo humano es una medida indispensable para frenar la transmisión de cepas resistentes entre animales y personas.

La resistencia antimicrobiana no puede ser abordada solo por los profesionales sanitarios o las instituciones; es un desafío global que requiere el compromiso de cada individuo. Cada uno de nosotros puede contribuir mediante simples acciones diarias que, en conjunto, pueden tener un impacto significativo.

Incluso las buenas prácticas de higiene juegan un papel clave. Lavarse las manos regularmente, evitar el contacto con personas enfermas y mantener un entorno limpio ayuda a prevenir infecciones y, en consecuencia, a limitar la necesidad de tratamientos con antibióticos.