La historia de la anestesia: desde la antigüedad hasta nuestros días

La anestesia es, sin duda, uno de los mayores descubrimientos de la medicina y de la humanidad, un hito que ha transformado radicalmente la práctica quirúrgica y mejorado la calidad de vida de los pacientes.
Encontrar una manera de eliminar o al menos aliviar el dolor durante las intervenciones abrió la puerta a nuevas posibilidades en el tratamiento de enfermedades, permitiendo operaciones antes impensables y reduciendo los riesgos asociados.


Los primeros intentos de aliviar el dolor: del garrote al hielo

Desde la antigüedad, el ser humano buscó soluciones para reducir o eliminar el dolor, especialmente durante procedimientos como la extracción de dientes.

En Mesopotamia, se usaban métodos drásticos, como golpes en la cabeza o compresiones en ciertas partes del cuerpo. Los asirios, en particular, practicaban la estrangulación al comprimir las carótidas para inducir la pérdida de consciencia. Sin embargo, esta técnica implicaba un alto riesgo de daños cerebrales secundarios. Otra técnica, que podría considerarse una de las primeras formas de anestesia local, consistía en atar fuertemente un miembro para disminuir su sensibilidad.

Los egipcios fueron de los primeros en intuir que el frío inhibía la circulación. Recolectaban la rara nieve de las montañas y la almacenaban en pozos para usarla como alternativa al agua fría. También conocían la "piedra de Melfi", una roca rica en silicatos que, según un antiguo tratado, al frotarse sobre las partes del cuerpo que debían ser cortadas o cauterizadas, lograba adormecerlas sin causar daños.


Desde la civilización griega: el descubrimiento del opio y la mandrágora

En la civilización griega se popularizaron soluciones herbales que resultaron fundamentales a lo largo de los siglos.
El médico Hipócrates, considerado el padre de la medicina, utilizaba extractos narcóticos como el opio (del griego ópion, que significa jugo) y la mandrágora (una planta que también sería adoptada más tarde por los romanos).
Se cree que el término “anestesia” fue utilizado por primera vez en la Antigua Grecia.
El médico griego Dioscórides, en el siglo I d.C., acuñó el término "anestesia" para describir los efectos narcóticos de la mandrágora e inventó la famosa esponja soporífera, un potente narcótico empapado de opio, beleño, cicuta, amapola y mandrágora. La esponja, secada y luego humedecida, se colocaba frente a la boca y nariz del paciente para adormecerlo. No obstante, su eficacia dependía de la dosis: en pequeñas cantidades no surtía efecto, mientras que en dosis altas resultaba letal.

El efecto narcótico de la mandrágora también fue confirmado por el romano Plinio el Viejo. Este naturalista relató cómo bastaba con oler la planta antes de una operación para inducir el sueño. La mandrágora se popularizó rápidamente en la rica Pompeya, donde sus habitantes comenzaron a cultivarla en sus jardines.

En la Edad Media, aunque el dolor se combatía principalmente con brebajes y pociones mágicas, la idea de la esponja soporífera de Dioscórides siguió siendo la técnica más utilizada.


Nuevas sustancias con el descubrimiento del Nuevo Mundo

La verdadera revolución en la lucha contra el dolor llegó tras el descubrimiento del Nuevo Mundo, cuando las sustancias provenientes de América enriquecieron la medicina europea. Entre ellas estaban los remedios utilizados por las poblaciones indígenas, como el curare y las hojas de coca.

El conocimiento del curare llegó a los exploradores que contactaron con los pueblos sudamericanos. En 1595, Walter Raleigh fue uno de los primeros en documentar su uso, aunque no descubrió directamente la planta, y demostró cómo podía extraerse de lianas amazónicas como la Strychnos toxifera, destacando sus propiedades paralizantes. El curare se utilizaba inicialmente para envenenar las puntas de las flechas, mientras que las hojas de coca se empleaban para combatir el cansancio y adormecer la lengua y los labios.

Mientras tanto, a bordo de los barcos en el siglo XVI, los marineros recurrían a una planta del Nuevo Mundo, la nicotina, para anestesiar el dolor.
Antes de una intervención, los médicos de a bordo introducían un gran cigarro en el ano del paciente, con la esperanza de que el choque por la nicotina pudiera anestesiar el dolor.



El uso del alcohol en los primeros conflictos

En las guerras del siglo XIX, emborrachar a los soldados heridos antes de una amputación era una práctica habitual. De hecho, el uso del alcohol se convirtió en el sedante preferido por los cirujanos europeos durante siglos, a pesar de que sus efectos distaban mucho de ser anestésicos.

Los relatos históricos documentan que los médicos de esa época a menudo contaban con dos botellas durante las intervenciones: una para el paciente y otra para ellos mismos, para poder soportar los gritos de dolor de los soldados.


La importancia de la química en el camino hacia la anestesia moderna

Con los avances en química, anatomía y fisiología en el siglo XIX, la lucha contra el dolor logró sus primeros éxitos. En 1805, el químico alemán Friedrich Sertürner descubrió la morfina, una sustancia que prometía un alivio más eficaz contra el dolor.

A partir de 1842, el médico estadounidense Crawford Long utilizó por primera vez éter para inducir la inconsciencia durante una cirugía. Sin embargo, fue William Morton quien obtuvo reconocimiento internacional en 1846, cuando demostró públicamente la eficacia anestésica del éter en el Massachusetts General Hospital de Boston. La demostración, llevada a cabo en la sala de operaciones luego conocida como la "Sala del Éter", marcó un evento histórico. El paciente, Gilbert Abbott, fue anestesiado con una esfera de vidrio que contenía una esponja impregnada de éter, sin sufrir daños inmediatos visibles. Sin embargo, el éter resultó ser peligroso debido a su inflamabilidad.

Paralelamente, el estudio de los gases también desempeñó un papel crucial. En 1847, el dentista Horace Wells probó en sí mismo las propiedades anestésicas del óxido nitroso, conocido hasta entonces como "gas hilarante". Con valentía, Wells se extrajo dos dientes, abriendo el camino para un nuevo uso de este compuesto.

En ese mismo periodo, el obstetra escocés James Simpson introdujo el cloroformo, que demostró ser particularmente útil para aliviar los dolores del parto y ganó gran aceptación después de que la reina Victoria lo utilizara en 1853 durante el nacimiento de su octavo hijo, legitimando su uso a nivel mundial.

A pesar de las limitaciones iniciales del éter y el cloroformo, como su toxicidad y las dificultades en la administración controlada, estas innovaciones representaron un avance crucial hacia la anestesia moderna. Gracias a los pioneros de este campo, la cirugía se volvió menos traumática y más segura, permitiendo procedimientos más complejos y prolongados.

Los anestésicos intravenosos fueron introducidos más tarde, en 1872, con el hidrato de cloral y las primeras jeringas. Más de 50 años después, John Lundy utilizó por primera vez el tiopental, un barbitúrico de acción rápida, también conocido como "suero de la verdad" por sus propiedades desinhibidoras, utilizadas incluso en interrogatorios.

En la década de 1930, los barbitúricos (compuestos liposolubles derivados del ácido barbitúrico que actúan sobre el sistema nervioso central) inauguraron una serie de descubrimientos químicos que desempeñarían un papel central en la formulación de anestésicos modernos.


La anestesia en la actualidad

Con la llegada del siglo XXI, la anestesia se ha convertido en una disciplina altamente sofisticada y precisa que ha transformado la cirugía, anteriormente reservada para casos extremos como salvar vidas.

El uso de dispositivos electrónicos avanzados permite administrar anestésicos de manera personalizada, ajustando las dosis a las necesidades específicas de cada paciente. La introducción de la robótica y la inteligencia artificial ha revolucionado aún más el sector, proporcionando sistemas predictivos y automatizados que asisten a los anestesistas en casos complejos. Además, tecnologías como las bombas PCA (Patient-Controlled Analgesia) han transformado la gestión del dolor postoperatorio, ofreciendo mayor autonomía y comodidad a los pacientes.

Hoy en día, la anestesia moderna combina diferentes sustancias y técnicas según el tipo de cirugía, las condiciones del paciente y las preferencias del médico. Entre los principales tipos de anestesia se encuentran:

  • Anestesia general o total: utilizada en procedimientos complejos o invasivos, induce un estado de inconsciencia profunda. Los gases anestésicos más comunes incluyen desflurano, isoflurano y sevoflurano, mientras que los anestésicos intravenosos incluyen propofol, tiopental sódico y ketamina.
  • Anestesia local: adormece una parte específica del cuerpo sin inducir inconsciencia. Los anestésicos más utilizados son lidocaína, bupivacaína y marcaína.
  • Anestesia regional: bloquea el dolor en una región específica del cuerpo, como en la epidural o la raquídea, frecuentemente utilizadas en partos. Incluye anestésicos como bupivacaína y ropivacaína.
  • Sedación consciente: mantiene al paciente despierto pero relajado y libre de dolor durante procedimientos menores o diagnósticos. Los fármacos más comunes son midazolam (benzodiacepinas) y fentanilo (opioides), que inducen sedación y analgesia sin comprometer la respiración.

Desde un enfoque inicialmente empírico hasta una disciplina avanzada e integrada, la anestesia se ha convertido en uno de los pilares fundamentales de la medicina moderna. Las innovaciones de las últimas décadas no solo han permitido intervenciones quirúrgicas inimaginables en el pasado, sino que también han mejorado significativamente la calidad de la atención y la experiencia del paciente.