La mascarilla: del médico de la peste a los modelos quirúrgicos modernos
Desde las epidemias del pasado hasta los quirófanos contemporáneos, la mascarilla es uno de los objetos más simbólicos de la medicina. Su forma ha cambiado con el tiempo, pero su propósito sigue siendo el mismo: proteger.
El médico de la peste y la máscara “en forma de pico”
El concepto de mascarilla quirúrgica, tal como lo conocemos hoy, nace a finales del siglo XIX. Pero ya en el siglo XVII existía un objeto que inspiraría a los médicos del futuro: la máscara con forma de pico.
En esos años, Europa estaba devastada por terribles oleadas de peste bubónica y los llamados “médicos de la peste” eran los encargados de asistir y tratar a los enfermos.
Eran fácilmente reconocibles por su atuendo característico: una larga túnica encerada, un sombrero, un bastón para mantener las distancias y, sobre todo, la famosa máscara en forma de pico.
De alguna manera, estos trajes fueron los primeros dispositivos de protección real, diseñados para crear una barrera contra los miasmas, es decir, los malos olores que se creía transmitían las epidemias. Para protegerse, los médicos rellenaban el pico con hierbas aromáticas, especias y paños empapados en vinagre.
Con el avance de la medicina moderna sabemos que estas técnicas no ofrecían una protección real, pero representaron el primer intento estructurado de defensa personal del médico durante una epidemia.
De la teoría de los gérmenes a las primeras mascarillas modernas
Un avance significativo llegó tras la consolidación de la teoría microbiana de Pasteur y Koch. Gracias a sus estudios, la medicina empezó a comprender que las bacterias y los agentes patógenos pueden viajar por el aire a través de las partículas de saliva.
Por esta razón, en 1897 el cirujano francés Paul Berger introdujo en quirófano una mascarilla de varias capas de gasa para reducir el riesgo de contaminación del campo estéril.
El siglo XX: la mascarilla entra en la práctica clínica
Con el progreso de la cirugía y el conocimiento de las infecciones hospitalarias, la mascarilla se convirtió en un accesorio estándar en la práctica médica.
Los primeros modelos de tela, lavables y reutilizables, fueron sustituidos progresivamente por dispositivos desechables, más higiénicos y eficaces.
En los años 70 comenzaron a difundirse los materiales no tejidos (TST), como el polipropileno, que permitieron fabricar mascarillas ligeras, eficientes y de bajo coste.
Con las nuevas tecnologías, la barrera protectora se ha vuelto cada vez más eficaz en la filtración de gotas y aerosoles, mientras que las normativas han comenzado a definir criterios precisos sobre filtración, transpirabilidad y resistencia.
De las quirúrgicas a las filtrantes: nuevas generaciones de protección
Hoy distinguimos claramente dos grandes categorías:
- Mascarillas quirúrgicas
Diseñadas para proteger el entorno y al paciente de las gotas emitidas por el operador. Son dispositivos médicos y se rigen por la norma EN 14683, que define tres niveles de filtración (Tipo I, II y IIR).
- Mascarillas FFP
Diseñadas para proteger a quien las lleva, filtran el aire inspirado y están clasificadas como EPI según la norma EN 149 (FFP1, FFP2, FFP3). Son fundamentales en contextos de alto riesgo biológico, en cuidados intensivos, durante procedimientos invasivos o en ámbitos industriales.
La pandemia de COVID-19: un regreso al primer plano
En muchas metrópolis asiáticas, las mascarillas forman parte de la vida cotidiana desde hace años: gran parte de la población las utiliza tanto para protegerse de la contaminación como para reducir la difusión de resfriados e infecciones estacionales.
A partir de 2020, este hábito también entró a formar parte de nuestras vidas: la mascarilla se convirtió en un objeto diario para miles de millones de personas.
Su adopción masiva volvió a poner el foco en el valor de la prevención y aceleró la innovación: materiales más eficientes, modelos transparentes, mascarillas antibacterianas, diseños lavables y certificados.
La pandemia también subrayó la importancia de una correcta información sobre su uso adecuado, diferenciando los contextos sanitarios, comunitarios y profesionales.
Aunque la situación ha vuelto a la normalidad, la investigación sigue trabajando en soluciones cada vez más sofisticadas: filtros inteligentes, materiales biodegradables, dispositivos integrados con sensores, mascarillas más ergonómicas y sostenibles.
La dirección es clara: reducir el impacto ambiental sin comprometer la eficacia.