De las cataplasmas medievales a los apósitos avanzados: la historia del tratamiento de las heridas

Tratar una herida no significa simplemente cubrirla, sino acompañar al cuerpo en su proceso de curación. El tratamiento puede parecer un procedimiento sencillo, pero es de vital importancia: protege, sostiene y preserva la integridad de la piel.

Los primeros enfoques y la medicina empírica

Desde la prehistoria, los seres humanos han comprendido la importancia de cuidar las heridas y prestar atención a la piel. Los primeros intentos de tratamiento por parte de los antiguos egipcios eran a menudo rudimentarios e improvisados, utilizando hierbas y resinas, miel, grasas animales y telas burdas para cubrir cortes, abrasiones y heridas causadas por combates.

En la Antigua Grecia, Hipócrates fue uno de los primeros en recomendar el lavado de heridas con vino o vinagre, junto con el uso de vendas limpias. De manera similar trabajaban también los médicos romanos como Galeno, perfeccionando estas técnicas y utilizando lanas empapadas en aceites y cataplasmas naturales para aliviar y cicatrizar. En las civilizaciones antiguas, proteger y tratar las heridas no era solo una práctica física, sino también ritual: servía para preservar la vida y la fuerza del cuerpo del soldado.

Estos conocimientos, nacidos en la Antigüedad, fueron durante mucho tiempo considerados verdades indiscutibles y se transmitieron a lo largo de los siglos sin ser realmente cuestionados. Así, durante la Edad Media, las mismas ideas continuaron transmitiéndose de generación en generación, frenando el desarrollo y obstaculizando la innovación médica. Las heridas se seguían tratando con cataplasmas a base de hierbas medicinales, vino y algunos ingredientes insólitos como bilis o estiércol animal.

El principio básico era correcto: proteger la herida y reducir la infección, aunque la comprensión de las bacterias aún estaba muy lejos. Sin embargo, muchas de las hierbas utilizadas (como la salvia o la caléndula) sí poseían propiedades antibacterianas reales, aunque su uso derivaba más de la experiencia que de la ciencia.

El punto de inflexión de la era moderna: antisépticos, gasas e higiene

Con la llegada del siglo XIX, se produjo un verdadero avance en la medicina: gracias a los estudios de Louis Pasteur sobre la teoría microbiana y a la intuición del cirujano Joseph Lister, se introdujo el concepto de antiséptico. Lister fue uno de los primeros en comprender que las infecciones postoperatorias no eran causadas por “malos aires” o desequilibrios de los humores, como se creía hasta entonces, sino por microorganismos invisibles —las bacterias— presentes en el ambiente y en los instrumentos quirúrgicos.

En aquellos años, los tratamientos comenzaron a parecerse más a los actuales: se difundieron las gasas estériles, el uso de desinfectantes y de vendas limpias, lo que ayudó a reducir drásticamente el riesgo de infecciones.

Estas innovaciones, inicialmente restringidas al ámbito hospitalario, pasaron progresivamente también al entorno doméstico. Muchas farmacias comenzaron a vender los primeros botiquines de primeros auxilios, y cada vez más familias aprendieron a reconocer la importancia de la limpieza de las heridas.

Los apósitos: una revolución cotidiana

En 1920, un empleado de Johnson & Johnson, Earle Dickinson, inventó el apósito adhesivo. La idea surgió porque su esposa solía cortarse mientras cocinaba y él buscaba una solución más rápida y práctica que la clásica gasa sujeta con una venda. Así nació el apósito, prácticamente idéntico al que conocemos hoy en día: estéril y siempre listo para usar.

Gracias a los avances médicos, el apósito ha experimentado una rápida evolución, dando lugar a una serie de productos altamente tecnológicos diseñados para cada tipo de lesión: apósitos transpirables, impermeables, antibacterianos, hipoalergénicos e incluso algunos modelos inteligentes, capaces de cambiar de color en presencia de infección, y otros específicos para la fijación de dispositivos médicos como sueros, catéteres, etc.

La era de los tratamientos avanzados: hidrogel, espumas y tecnologías inteligentes

Hoy en día, las soluciones para tratar heridas están altamente personalizadas y especializadas según el tipo, gravedad y fase de la lesión. Entre los modelos más utilizados se encuentran:

  • Apósitos de hidrogel: mantienen la herida hidratada, favoreciendo la regeneración del tejido.
  • Apósitos de hidro fibra: capaces de absorber y retener grandes cantidades de exudado.
  • Apósitos hidrocoloides: crean un entorno húmedo ideal para la cicatrización.
  • Espumas y alginatos: ideales para absorber exudados y prevenir infecciones.
  • Apósitos con liberación de fármacos: protegen y tratan activamente.
  • Terapia de presión negativa: utilizada en hospitales para acelerar la curación de heridas crónicas.

Existen también muchas soluciones de uso cotidiano similares a estas, como los apósitos para ampollas y herpes, tratamientos domiciliarios para úlceras por presión y gasas con plata activa.

Según algunos datos de la Organización Mundial de la Salud, cada año se registran más de 300 millones de heridas agudas en el mundo, entre accidentes domésticos, lesiones quirúrgicas y quemaduras. Solo en Europa, se estima que aproximadamente 1 de cada 20 personas sufre una herida crónica a lo largo de su vida, sobre todo en contextos relacionados con el envejecimiento y con enfermedades crónicas como la diabetes. Estas situaciones requieren tratamientos específicos, avanzados y a menudo a largo plazo, y es fundamental que tanto el médico de cabecera como los distintos especialistas puedan identificar rápidamente el tipo de herida y seleccionar el apósito más adecuado para cada necesidad.