Evolución del esfigmomanómetro: desde el descubrimiento de Riva-Rocci hasta los dispositivos digitales
Hoy en día, medir la presión arterial es un gesto cotidiano, tan sencillo como colocarse un brazalete inflable. Pero antes de los modernos dispositivos digitales, los médicos tenían que confiar en instrumentos muy diferentes, más complejos e ingeniosos.
Los orígenes: las primeras observaciones sobre la circulación sanguínea
Antes de poder medir la presión arterial, era necesario comprender la existencia de un sistema cardiovascular. Los primeros estudios se realizaron en el siglo XVII por William Harvey, quien fue el primero en describir la circulación sanguínea.
Algunos años más tarde, en 1733, Stephen Hales logró medir por primera vez la presión arterial de un caballo usando un “esfigmoscopio”. Esta medición consistía en introducir un tubo de vidrio directamente en la arteria carótida del animal, un método claramente invasivo, pero que permitió entender el pulso del flujo sanguíneo.
En las décadas siguientes se desarrollaron otros modelos más complejos, como el esfigmómetro, un dispositivo destinado a medir la frecuencia y la intensidad del pulso. En 1854, Karl von Vierordt patentó el primer aparato no invasivo, el esfigmógrafo, que podemos considerar el primer verdadero antecesor del actual esfigmomanómetro.
Las ideas de Riva-Rocci: nace el esfigmomanómetro
El primer esfigmomanómetro fue inventado en 1876 por Angelo Mosso y patentado en 1881 por Samuel Siegfried Karl Ritter von Basch. Este primer modelo no funcionaba de manera óptima, y en 1896, el médico italiano Scipione Riva-Rocci desarrolló una versión mejorada.
El dispositivo estaba compuesto por un manguito inflable no invasivo conectado a un manómetro de mercurio. Al aplicar el brazalete al brazo y observar la desaparición y reaparición del flujo sanguíneo, el doctor Riva-Rocci pudo medir la presión sistólica, haciendo que la medición fuera más sencilla y, sobre todo, fácilmente repetible.
Tras ser publicado en la Gazzetta Medica di Torino, el esfigmomanómetro de Riva-Rocci se convirtió en el punto de partida para todas las versiones y mejoras posteriores. En 1901, el famoso patólogo estadounidense Harvey Cushing descubrió el modelo durante una estancia en Pavía, Italia, quedó especialmente fascinado y decidió llevar uno consigo a Estados Unidos.
Korotkoff y los sonidos de la presión
En 1905, otro nombre cambió la historia del esfigmomanómetro: Nikolai Korotkoff, un médico militar ruso, descubrió que se podían auscultar también los sonidos de la arteria braquial durante la desinflación del manguito. Estos sonidos permitieron determinar no solo la presión sistólica, sino también la diastólica. Desde entonces, la medición de la presión arterial se convirtió en un parámetro clínico fundamental.
De los instrumentos aneroides a la revolución digital
Durante el siglo XX se introdujeron los primeros modelos de manómetros aneroides (sin mercurio), que eran más ligeros y portátiles, ideales para el uso ambulatorio y domiciliario. No obstante, el manómetro de mercurio seguía siendo el “estándar de oro” debido a su altísima precisión en las mediciones.
En las últimas décadas, el mercurio se redujo primero y luego se eliminó, debido a las crecientes preocupaciones ambientales, siendo reemplazado por modelos mecánicos o electrónicos.
Con la llegada de la tecnología, la medición de la presión arterial también se volvió digital: los nuevos dispositivos utilizan sensores electrónicos y algoritmos oscilométricos para registrar automáticamente los valores de presión. Estos esfigmomanómetros digitales fueron los primeros en llegar realmente a los hogares, porque ya no requerían la habilidad de un profesional y hacían que la medición fuera simple y accesible para todos.
Los modelos más recientes, tanto con manguito de brazo como de muñeca, pueden conectarse vía Bluetooth a smartphones o aplicaciones de monitoreo de salud, perfectas para compartir los datos directamente con el médico.
Hoy la prevención se ha convertido en una aliada en nuestra vida diaria, y se estima que más del 45% de las familias europeas poseen al menos un esfigmomanómetro en casa. La automedición regular de la presión puede reducir hasta un 30% el riesgo de complicaciones cardiovasculares, y según la European Society of Hypertension, quienes controlan la presión en casa obtienen valores más fiables que los medidos únicamente en consulta.